Las preguntas sobre en qué consiste una vida digna para los seres humanos son siempre insidiosas y están enmarañadas con los prejuicios ideológicos, filosóficos o religiosos de quien las hace o de quien las responde. Eso propicia que, por ejemplo, la lucha por la vida, por la subsistencia mediante el trabajo, su búsqueda, el miedo a su pérdida nos distrae, a veces de forma definitiva, de eso que podemos llamar, para entendernos, tener una vida digna, una vida buena.
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Solo asegurando esa "vida buena", puede el hombre cumplir su naturaleza de animal curioso, de animal interrogante, de animal que habla. El filósofo español Víctor Gómez Pin ha dedicado muchas páginas a ello. De la mano de Aristóteles, en primer lugar, con el fin de responder a una pregunta fundamental en nuestra cultura: ¿qué es la filosofía? Si es un pensar sobre cosas que a todos nos afectan, cosas en las que, quizá, nos vaya la vida, ¿todos podemos filosofar, preguntarnos por el mundo y nuestro lugar en él? Y, si no es asi, ¿qué lo impide? Pero no ha dejado de hacerlo echando mano de los saberes matemáticos y científicos: es el único que ha sido capaz, que yo sepa, de indagar en los problemas de la libertad y la necesidad o determinismo, con la ayuda teórica de la física cuántica...

Leamos, en primer lugar, lo que decía Aristóteles sobre este saber -que es un no saber, que se maravilla y pregunta, más que responde- de carácter tan extraordinario con sus mismas palabras (puestas en español por el mismo Gómez Pin en su libro Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen, Madrid, 2008):
Lo que nos aleja de esta "ciencia libre" es la propaganda ya milenaria que nos hace creer que la lucha por la subsistencia forma parte de una realidad (mentirosa, pues se fundamenta solo en nuestra fe en ella) natural y dada para siempre que condena, como no puede ser de otra manera, a la filosofía como un saber inútil. Es esa misma fe la que nos hace envidiar y odiar a los ociosos que buscan el cumplimento de la condición humana haciendo las preguntas a que les mueve su estupefacción.

Víctor Gómez Pin ha concretado más estas ideas en muchas entradas de su blog y en artículos de prensa. Tomo uno de ellos -cuya versión en formato PDF embebo en esta entrada- como referencia para terminar de desplegar esta reflexión compartida ("pensar con" lo llamaba el añorado Eugenio Trías). Fue publicado por el diario El País el 27 de marzo del 2012 y lleva como significativo título "Reducción del animal humano". Tras constatar en el arranque que si la lucha por la vida se convierte en nuestro único fin y actividad, la dignidad de nuestra entorno se deteriora y lo específico de nuestra condición "animal" queda "mutilada" en su capacidad de conocer y de simbolizar, sigue con estas palabras esclarecedoras:
La alusión que hace después a la curiosidad innata de los niños, sus deseos acuciantes de descubrir y explorar se merece una segunda lectura, y más preguntas: ¿cómo es que, al poco tiempo, esos deseos e interrogaciones desaparecen?, ¿quién o qué es culpable? Y así volvemos al punto de partida: lo que mutila el cumplimiento de nuestra naturaleza de seres de lenguaje y razón es la necesidad perentoria de trabajar y llenar el tiempo con ocio que es trabajo que es cansancio que es "falta de tiempo". Del mismo modo, el zoon politicón tampoco tiene tiempo para atender a la ciudad (en sentido griego), al espacio público (por decirlo con una expresión de la neolengua). En palabras de Gómez Pin: "Enorme regresión, no ya respecto a los proyectos emancipatororios de la modernidad, sino también respecto a la concepción de los ciudadanos que tenían los griegos.". Nuestro filósofo terminan denunciando, en términos más duros, el hecho de que "es simplemente insoportable que la polaridad entre trabajo embrutecedor y pavor a perder tal vínculo esclavo se haya convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia.
Converge así con algunas voces, procedentes en su mayoría de los proyectos anarquistas, que claman por la abolición del trabajo esclavo asalariado en un mundo en el que nuestras máquinas -que tanto trabajo han costado- son capaces de encargarse de ello. Hace ya muchos años que alguien tan poco sospechoso de izquierdismo o radicalidad como Luis Racionero, escribió un libro, en los años 80 -cuando el paro empezó a convertirse en un problema social masivo-, que se llamaba Del paro al ocio. Aunque lejos de los planteamientos que desarrollamos aquí, Racionero reivindicaba el unamuniano "que inventen ellos", y reivindicaba la recuperación del placer y el disfrute tradicionalmente mediterráneos frente al mito de la laboriosidad más propiamente nórdico y protestante.
Es cuento viejo, como se ve, tanto como el tiránico orden social deshumanizador, en sentido literal, que imposibilita de tal manera el cumplimiento de nuestra naturaleza, por tanto tiempo diferida y abolida.
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Leamos, en primer lugar, lo que decía Aristóteles sobre este saber -que es un no saber, que se maravilla y pregunta, más que responde- de carácter tan extraordinario con sus mismas palabras (puestas en español por el mismo Gómez Pin en su libro Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen, Madrid, 2008):
... Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio, su estupor es relativo a cosas muy sencillas, pero mas poco a poco el estupor se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la Luna y otros que conciernen al Sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea, en cierto sentido, amor de la sabiduría, pues el mito está relacionado con cosas que dejan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber, y no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis. Pues solo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas, empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre pues no tiene otro objetivo que sí misma.
Lo que nos aleja de esta "ciencia libre" es la propaganda ya milenaria que nos hace creer que la lucha por la subsistencia forma parte de una realidad (mentirosa, pues se fundamenta solo en nuestra fe en ella) natural y dada para siempre que condena, como no puede ser de otra manera, a la filosofía como un saber inútil. Es esa misma fe la que nos hace envidiar y odiar a los ociosos que buscan el cumplimento de la condición humana haciendo las preguntas a que les mueve su estupefacción.

Víctor Gómez Pin ha concretado más estas ideas en muchas entradas de su blog y en artículos de prensa. Tomo uno de ellos -cuya versión en formato PDF embebo en esta entrada- como referencia para terminar de desplegar esta reflexión compartida ("pensar con" lo llamaba el añorado Eugenio Trías). Fue publicado por el diario El País el 27 de marzo del 2012 y lleva como significativo título "Reducción del animal humano". Tras constatar en el arranque que si la lucha por la vida se convierte en nuestro único fin y actividad, la dignidad de nuestra entorno se deteriora y lo específico de nuestra condición "animal" queda "mutilada" en su capacidad de conocer y de simbolizar, sigue con estas palabras esclarecedoras:
Pues bien, precisamente cuando las medidas económicas apagan el alma de los ciudadanos, cuando la sumisión a agotadoras jornadas laborales tiene doloroso contrapunto en la ausencia de trabajo (o en el pánico a perderlo) se impone como exigencia política el restaurar la pregunta sobre la esencia de la condición humana y la tarea que correspondería a tal condición.
La alusión que hace después a la curiosidad innata de los niños, sus deseos acuciantes de descubrir y explorar se merece una segunda lectura, y más preguntas: ¿cómo es que, al poco tiempo, esos deseos e interrogaciones desaparecen?, ¿quién o qué es culpable? Y así volvemos al punto de partida: lo que mutila el cumplimiento de nuestra naturaleza de seres de lenguaje y razón es la necesidad perentoria de trabajar y llenar el tiempo con ocio que es trabajo que es cansancio que es "falta de tiempo". Del mismo modo, el zoon politicón tampoco tiene tiempo para atender a la ciudad (en sentido griego), al espacio público (por decirlo con una expresión de la neolengua). En palabras de Gómez Pin: "Enorme regresión, no ya respecto a los proyectos emancipatororios de la modernidad, sino también respecto a la concepción de los ciudadanos que tenían los griegos.". Nuestro filósofo terminan denunciando, en términos más duros, el hecho de que "es simplemente insoportable que la polaridad entre trabajo embrutecedor y pavor a perder tal vínculo esclavo se haya convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia.
Converge así con algunas voces, procedentes en su mayoría de los proyectos anarquistas, que claman por la abolición del trabajo esclavo asalariado en un mundo en el que nuestras máquinas -que tanto trabajo han costado- son capaces de encargarse de ello. Hace ya muchos años que alguien tan poco sospechoso de izquierdismo o radicalidad como Luis Racionero, escribió un libro, en los años 80 -cuando el paro empezó a convertirse en un problema social masivo-, que se llamaba Del paro al ocio. Aunque lejos de los planteamientos que desarrollamos aquí, Racionero reivindicaba el unamuniano "que inventen ellos", y reivindicaba la recuperación del placer y el disfrute tradicionalmente mediterráneos frente al mito de la laboriosidad más propiamente nórdico y protestante.
Es cuento viejo, como se ve, tanto como el tiránico orden social deshumanizador, en sentido literal, que imposibilita de tal manera el cumplimiento de nuestra naturaleza, por tanto tiempo diferida y abolida.
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