Entre tantas paparruchas, mentiras y olvidos malintencionados como los que se oyen en la España oficial estos días, a cuenta del traslado vergonzante (en helicóptero, como en una película de James Bond, sin cámaras y sin fiesta colectiva alguna) de los restos del dictador genocida Francisco Franco, desde el paraje, hoy "turístico", de Cuelgamuros (su nombre real era "Cuelgamoros") al cementerio público de El Pardo, me he enterado de cosas que no sabía y que justifican mi rechazo de la arquitectura.
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Entre tantas paparruchas, mentiras y olvidos malintencionados como los que se oyen en la España oficial estos días, a cuenta del traslado vergonzante (en helicóptero, como en una película de James Bond, sin cámaras y sin fiesta colectiva alguna) de los restos del dictador genocida Francisco Franco, desde el paraje, hoy "turístico", de Cuelgamuros (su nombre real era "Cuelgamoros") al cementerio público de El Pardo, me he enterado de cosas que no sabía y que justifican mi rechazo de la arquitectura, a la que he considerado siempre como la Bella Arte más afin al poder y s sus despreciables deseos de inmortalidad, diseñando templos, tumbas, esculturas o inscripciones simbólicas en las piedras...

Franco, que ideó esa monstruosidad ególatra, excavada en una ladera, no valle, en la Sierra de Guadarrama por más de 20.000 obreros escogidos entre presos republicanos como mano de obra esclava, contó con la ayuda técnica de dos arquitectos y un ingeniero republicano represaliado, Carlos Fernández Casado que evitó que la enorme cruz que preside este Valle de los Reyes de pacotilla, se derrumbara. Este ingeniero "humanista", gracias a cuya intervención no se produjo una tragedia, puso como condición que su nombre nunca apareciera en informes ni crónicas: no quería verse relacionado con aquel mausoleo infame.
El primer confidente del dictador, a quien confesó en primer lugar el sueño faraónico de su particular pirámide, fue Pedro Muguruza, Director General de Arquitectura, para quien Franco quería crear todo un Ministerio del ramo. A Muguruza le sucedió otro arquitecto, Diego Méndez, que, al parecer, tenía una mayor empatía con el tirano (adivinó el deseo tabú, no explícito en un principio, de Franco de ser enterrado allí) y bajo cuya dirección se terminó la siniestra construcción, dos décadas y más de 90 batallones de mano de obra esclava, después de lo previsto.

De las especulaciones de estos días sobre el futuro de este Valle, que no es valle, la única que me parece razonable es la de Nicolás Sánchez Albornoz, hijo del último presidente de la República española en el exilio. Nicolás Sánchez Albornoz fue condenado a trabajos forzados en Cuelgamuros, de donde huyó, junto con Manuel Lamana, en 1948, en una espectacular fuga en el coche de Norman Mailer, con la ayuda inestimable de Barbara Probst Solomon y Barbara Mailer.
Nicolás Sánchez Albornoz, que solo se refiere al "Valle" con el nombre geográfico de Cuelgamuros, responde, cada vez que le preguntan por qué habría qué hacer con este lugar macabro, una vez que se devuelvan a sus familias los restos de los miles de soldados que han acompañado a los del dictador durante casi medio siglo y que siguen allí, en lo que es la mayor fosa anónima del mundo occidental, responde siempre, con voz desengañada y digna: "Nada. Dejar que la naturaleza de la Sierra de Guadarrama recupere sus piedras con el paso del tiempo..." Bien pensado , ese sería el destino ideal de toda la arquitectura monumental, cómplice de los fastos conmemorativos de triunfos y derrotas; de los edificios inhabitables vendidos al mejor postor de Ferias o Exposiciones a mayor gloria de la posteridad añorada por el dios terrible del Mercado...